(Por Walter Vargas) El luminoso ascenso de Exequiel Zeballos ofrece la virtud de poner de relieve el infrecuente valor del atrevimiento en tiempos signados por la dura geometría de los sistemas tácticos, sin dejar de invitar a no pisar el palito de las hipérboles, de las etiquetas apresuradas, en fin, de la omisión del “factor maduración”.
Dejemos la desmesura, y la desmesura de la desmesura, para el hincha (en este caso, de Boca Juniors) que ejerce la potestad de volcar sus sensaciones sin preámbulos, sin ataduras y relevado de toda cadena argumentativa.
Otra cosa son la evaluación de Zeballos que le compete al entrenador Sebastián Battaglia y el rigor periodístico.
Si de Battaglia se trata, no hay motivos para deducir que le exigirá al veinteañero santiagueño más de lo que autorice la dinámica de su evolución.
De hecho, hasta no hace tanto se atribuía a Battaglia un sesgo conservador en torno a la inserción de los juveniles surgidos del semillero de Boca.
Acerca del rigor periodístico, tampoco hay demasiados misterios, aunque para desdicha de estos tiempos lo que se da por descontado tiende a ser una moneda de circulación escasa.
Zeballos, “El Changuito”, tiene un no sé qué de crack desde que sobresalió con holgura en las divisiones formativas.
Pero si bien ya había soltado destellos de un arte salido del arcón de los recuerdos (pericia en el uno contra uno, picardía, decisiones rápidas y desequilibrantes), para que tuviera una notable jornada en Primera hubo que esperar 35 partidos.
Fue esta semana contra Tigre, en una fría noche que Boca supo templar en el campo de juego y corresponder al siempre vigoroso fervor tribunero, cuando Zeballos hizo cartón lleno: gambetas, goles y contribución colectiva. En el orden que se prefiera.
Pero, ¿en qué se distingue Zeballos de otros principiantes que destacan en las selecciones nacionales juveniles o piden pista?
En la gambeta: en sentirse apto, cómodo, a buenas en su piel, en ese rasgo que, según observó Ricardo Gareca en una entrevista televisiva de no hace tanto, el fútbol argentino tiende a declinar en aras del predominante europeísmo del “a dos toques”.
(Curiosamente, el catalán Pep Guardiola suele subrayar que al fútbol puede jugarse a un toque, a dos o a ninguno, según prescriba y sugiera cada jugada).
El entendimiento del juego puede inculcarse, trabajarse, macerarse. También la frialdad dentro del área, el remate, la contundencia.
La gambeta, no: la gambeta es el único atributo que se trae desde la cuna, desde el potrero, desde las horas del alegre corretear tras la pelota número 5. De eso, al Changuito Zeballos le sobra.
Acaso estemos en presencia de un fuera de serie, acaso no, pero entretanto está muy bien que se lo disfrute sin descargar en él ansiedades y premuras.