Siempre en el deporte profesional la cabeza juega un rol fundamental. Por eso con el paso del tiempo, se fue instalando una verdad que siempre fue, pero que no siempre se aceptó o desarrolló: los entrenadores tienen que saber de muchas cosas para dirigir. Una, de básquet. Pero meterse en la cabeza de sus dirigidos, y en la suya propia, no es tarea fácil.
En los dos primeros partidos jugados en Santiago del Estero, más allá de haber quedado un triunfo de cada lado, las sensaciones desde afuera fueron similares. Quimsa jugó los dos partidos con una enorme presión, que en el primer choque casi le cuesta el triunfo y en el segundo fue factor decisivo para ser superado claramente en todo el juego.
Este tipo de situaciones no deja de ser previsible desde el día que los clasificados fueron Quimsa e Instituto. No hubiese cambiado demasiado con otros equipos, pero el hecho de que solo Nico Romano haya estado en más de una final de Liga, es un dato central. La inexperiencia y el peso de las finales a muchos jugadores los afectó. Más a los de Quimsa, por la localía. Incluso se lo vio muy presionado, o al menos eso sentimos nosotros, a Sebastián González, exageradamente enfocado en los árbitros a cada instante. No pudo o no supo manejarlo.
En ese sentido, Instituto estuvo algo más tranquilo, y es lógico, porque estaba fuera de casa. Dudábamos de cómo tomarían el haber regalado el primer juego después de tenerlo primero perdido y después ganado, y nos sorprendió con una entereza difícil de poner en cancha luego de una caída. Pero insistimos. Para Instituto era algo más sencillo. Ahora habrá que ver cómo manejan los jugadores y Lucas Victoriano la situación inversa, incluso quizá peor que la de Quimsa: tener la posibilidad de ser campeón ganando dos partidos en casa.
A diferencia del Estadio Ciudad, aún repleto, el Sandrín es mucho más sofocante en cuanto a la presión de un público futbolero, que está hoy con la chance de conseguir su primer título de Liga. Eso por un lado. Por el otro, más allá de los errores tácticos o de juego que pudo tener Quimsa en el juego 2, lo principal para ellos es que sus principales jugadores aparezcan en la serie.
Baralle tuvo un segundo partido mejor que el primero, pero la realidad es que su crecimiento fue más en la parte de remontada que cuando el partido estuvo parejo. También es engañosa la planilla de Anderson del jueves, porque no fue determinante en ningún momento. Sigue atado a Gallizzi, que lo está dominando física y mentalmente. Además, Gramajo y Terry siguen desaparecidos. Sin un aporte más relevante del extranjero, se le va a complicar, porque está claro que Thomas puede ser tanto el del juego 1, desequilibrante, como el del dos, intrascendente.
Instituto hasta ahora ha tenido piezas que le funcionaron cuando tenían que funcionarle. Gallizzi fue la llave defensiva que anuló al arma rival central (Anderson), Romano supo ser el que se necesitaba de acuerdo al momento, Cuello finalmente se sacó el peso del estreno de encima y jugó relajado y, en líneas generales, cada uno cumplió su rol. Incluso González, también muy tocado el primer día, en su regreso a Quimsa, club con el que empezó el campeonato.
El que logre equilibrar mejor sus emociones en Córdoba será el que saque ventajas. Y ese trabajo es individual, pero también colectivo. Se contagia. Si los encargados de ser los faros a los que mirar cuando las cosas se complican se enojan, ese equipo estará en problemas. Son como las azafatas de los aviones. Jamás deben entrar en pánico. Obviamente, después habrá que meter la pelotita por el arito de metal y evitar que el otro lo haga. Pero eso es otro tema.